miércoles, 21 de noviembre de 2018

Interludio

Pienso por divertimento y por aburrimiento; por adelantado y por retrasado; por exceso y por defecto; por afianzarme y, muchas veces, por si acaso. Me motivo y un rato después me reprimo y avergüenzo. Cada día entiendo, conozco o intuyo algo más de lo que me rodea y cada día me entusiasma menos. Parece que el mundo no es tan bonito como lo imaginamos los ilusos. 

Todo el año pasado estuve ilusionado y deseoso de que llegara éste (a pesar de que yo era tremendamente feliz y pleno). El nuevo año traería cambios, retos, esfuerzo y oportunidades. Ahora los días soñados están aquí -hoy mismo es uno de ellos, qué ironía- y todo lo buscado se ha cumplido con creces. La diferencia es que ahora, a diferencia de hace unos meses, la dicha y el sentimiento pasan por mi persona de forma efímera, burlesca, -¿vengativa?-, como rencorosa por buscarla en otros momentos y lugares cuando ya estaba disfrutando de ellas.

Con este afán de cambio, que a día de hoy no sé si fue voluntario o impuesto, abrí la ventana en los albores de este pasado verano como si tuviera que ventilar el cuarto de un adolescente pajillero y con acné después de 11 horas sudando la almohada; pero el aire apenas entró. No avivó la mañana ni al cuarto ni a la cocina -''No te lo perdonaré jamás, José Mercé''-. Tampoco avivó mi fuego. Por lo contrario éste se apagó, inexorablemente, dejando un frío húmedo y aburrido. Y tan suave fue la brisa que entró por la ventana, que ni siquiera fue suficiente para disipar este humo que arrastro conmigo. Un humo que, sin ser lo suficientemente denso y llamativo como para llamar la atención, tampoco deja respirar.

Lleno mis días de quehaceres que, cumpliendo estrictamente con su etimología, me dan cosas que hacer. Me ilusionan y decepcionan a partes iguales, y siempre en este orden, por lo que a la hora de dormir no pienso precisamente en un futuro mejor. A veces disfruto de los destellos que se vislumbran en las pupilas de los otros, y los envidio. Otras veces me son tan indiferentes que siento miedo. Mis amigos de la facultad -con los que paso casi todo el día casi todos los días-  dicen que estoy siempre enfadado y serio, a pesar de que ellos me ven reír, chillar o hacer el tonto varias veces. Pero realmente tienen razón, tanto es así que me he dado cuenta de que cuando algo me hace gracia, intento que mi carcajada sea sonora; cuando sonrío, prolongo mi gesto al máximo y cuando diviso el cambio que deseo en mí, me centro completamente en él intentando fijarlo en mis adentros, para poder sacarlo cuando apago -o se me apaga- la luz.

Por culpa de este vaivén de sensaciones, a veces me sorprendo buscando el norte en los atardeceres otoñales de la UPO, encontrando algo belleza -¡cuánto me llenan las cosas bellas!- que haga la llegada del invierno más suave, más afectiva, más dulce.

Desde muy pequeño estoy acostumbrado a amar y a ser amado. He amado y he recibido siempre el amor de mi madre. Comencé a amar la naturaleza y escuché su susurro cariñoso. Hice amigos a los que he amado y reído (una de las formas mas puras de compartir amor que conozco) hasta saciarme. Conocí y volé hasta dónde se cocinan los relámpagos con mi primer amor. Y jamás me ha faltado el calor del mundo hacia mí (qué placer); y si faltaba me lo inventaba o iba yo a buscarlo. Recuerdo que el año pasado en la bolera, cuando el que trabajaba allí entendió mal mi nombre, me dieron el sobrenombre de ''Amador'', pero como en la pantalla no cabía todo el nombre, solo se leía ''amado''. ¿Menuda casualidad de mierda no? Pues creo que ahí toqué techo. 

De repente todo es más débil. El mundo pierde magia, gracia y sentido, y a mí me ocurre lo mismo. Por momentos me siento un ser mecánico. A mí me gustaba tener hambre y ganas de comer, pero ahora casi siempre siento únicamente lo primero. Odio que pasen los días y las noches y que el sentimiento más perfecto no aparezca. ¿Por qué dependo de él? ¿Por qué me afecta tanto? ¿Me ocurrirá siempre así?

Con asiduidad me martirizo pensando que yo mismo he dado paso a esta etapa de mi vida, que le he dado la bienvenida con flores y con traje de chaqueta; que yo he propiciado este cambio; que ''me lo he buscado''. Me consuelo pensando que la vida y las casualidades (las segundas más que las primeras) nos llevan por donde quieren, impórtandoles un cojón lo que los gilipollas individualistas y melodramáticos como yo, que pensamos que el mundo llora y ríe a nuestro compás, busquemos o dejemos de buscar. 

Supongo que es la primera vez en mi vida que noto este brusco viraje de disfrutar del paso del tiempo repleto de sentimientos a una sensación de vacío y neutralidad que, aunque yo ya imaginaba que no me iba a agradar, no esperaba que me afectara tanto. Leo uno de mis poemas favoritos y no se me eriza la piel. Recuerdo escenas de todo tipo (viajes, trabajo, reuniones, besos, conversaciones...) y no se me ilumina nada dentro. Qué asco

Quería conocerme, descubrir más de mí y del mundo. Abrí la ventana para que entrara la vida y el aire me despeinara.

¿Alguien puede cerrarla?





Gabriel García Márquez- 100 años de soledad

  Esto lo escribí en octubre de 2021 ’El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señarlas...