miércoles, 27 de enero de 2021

¿Quedamos?

Con relativa frecuencia me encuentro repasando cómo han cambiado mis amistades, con qué velocidad he ganado o perdido confianza con algunas personas. ¿En qué momento deje de contarle mis intimidades a una para contárselas a otro? ¿Por qué ya no me atrevo a darte detalles sobre la última burrada que se me ha pasado por la cabeza? Al final, cuando empiezo a atisbar una respuesta pragmática a estas preguntas, como casi siempre que constato el paso del tiempo, me acabo sintiendo perdido entre la añoranza y el desengaño.

La sucesión y conclusión a mis divagaciones, a las que ahora voy a intentar dar forma, vinieron a mi conciencia en una divertidísima, bonita y algo fría noche de finales de octubre. No me parece que sea nada que sorprenda a nadie mucho más -ni mucho menos- que la cifra de muertos por COVID de ayer, pero sostengo firmemente que es un razonamiento bonito, además de útil para aquellos que, como yo, encuentren excesivamente difícil aceptar que ya no van más de la mano de algunas personas. 

Cuando dos personas se conocen, comparten tiempo y vivencias, cuando aparece el cariño sincero, se acaba forjando un respeto y una admiración que, además de traducirse en pasar buenos ratos juntos, hace que nos sintamos obligados a acudir si las desventuras se muestran en la vida de nuestro amigo. Es algo que hacemos porque así nos nace, porque sabemos que estamos ayudando, porque la otra persona también lo haría. Es un comportamiento que se valora y respeta, avivando más aún la llama de la relación. Es una actitud intrínseca y fundamental de la propia amistad, tanto como lo es el turrón de la navidad.

Esta seguridad de que no estaremos solos en los malos momentos la conocemos todos: sabemos que en una ruptura, en un fracaso profesional o en un pérdida de un ser querido estaremos rodeados de hombros en los que llorar, palabras de ánimo y abrazos reconfortantes; que habrá personas que sinceramente sientan nuestros problemas y deseen, de corazón, vernos en tiempos de mejor ventura.

Se me ocurre que podría ser esto lo que explica, a su vez, la tranquilidad y confianza que nos transmiten los antiguos amigos, aunque estén relevados a segundo, tercer o incluso cuarto plano de nuestra actualidad, encerrados prácticamente en conjugaciones pasadas, en ''te acuerdas de cuando fuimos a...'' o en ''bueno y... tú estabas estudiando magisterio, ¿no?'' o en ''¡es que ni me acuerdo de la última vez que nos vimos!''. Somos conscientes con estas personas de que, a pesar de que hace más de 3 meses que no compartimos una tarde juntos, cualquier martes un poco desgraciado pueden venir a darte un sincero pésame o unos ánimos para el futuro. Y esto es algo que da seguridad y calma.

Frente a esta realidad (la de los amigos no tan cercanos) parece haber una acuerdo tácito por el que no es necesario volver a retomar o fingir una calidad presente en esa amistad macilenta que no es -ni probablemente sea ya nunca más- la que un día fue. Me gusta imaginar, no sé si con acierto, que esto es un mecanismo sutil, elegante y digno de dejar un poco atrás a personas queridas que, sin embargo, ya no aparecen en los vaivenes de nuestro día a día. Parece una forma de poder dedicar tus nuevas inquietudes y ganas de disfrutar a otras relaciones, a otros amigos más actuales y con más porvenir, todo ello sin perder el preciado apoyo que un antiguo compañero, con todo lo ya vivido en común, puede ofrecer. Puede resultar lógico al pensar que en la vida las desgracias vienen solas, de frente, inesperadas, gratis; ante ellas necesitamos desesperadamente ayuda, de los de ahora, de los de antes y, a veces, de los que aún no son.

En cambio, cuando se trata de pasar buenos ratos (libres de saturaciones, estrés, miedo, pena...), cuando se trata de una busqueda de placer común, parece resultar más difícil reunir a esos antiguos amigos con las que ya no convivimos tanto. No nos nace con estas personas buscar un feliz objetivo para el deleite. Es por eso que concluí que solo el pasarlo en grande -mejor dicho el querer pasarlo en grande- mantiene en todo su esplendor y actualidad las amistades; lo que hace que esta relación entre personas perdure en cualquier tiempo presente es la voluntad de disfrutar juntos más que el saber que ante un momento dificultoso la otra persona va a estar apoyándote. 

Resulta paradójico: para lo malo estamos todos, para lo bueno cuesta encontrarnos.

Gracias Rafa, Blanca, Riky, Carmen, Marina y novio de Marina por inspirarme. Gracias Ángel por ayudarme a darle sentido y forma a esto.





Gabriel García Márquez- 100 años de soledad

  Esto lo escribí en octubre de 2021 ’El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señarlas...