viernes, 22 de febrero de 2019

Inabarcable

Hablemos de masificación y de posibilidades.

Casi siempre, cuando veo un avión que atraviesa el cielo, pienso en las personas que dentro se acomodan y en sus vidas. ¿Cuántas ilusiones, miedos, proyectos, tesoros, babas secándose en la comisura de los labios y pedos reprimidos se esconden en esos pasajeros? Montones de cerebros y corazones viajando cientos, miles de kilómetros en cuestión de horas -¿cuánto tardaríamos en recorrer ese espacio hace 400 años? ¿seríamos, siquiera, capaces de hacerlos?- en busca de un negocio, una ciudad que conocer, una persona que espera, una vida nueva... 

Según las personas pragmáticas y dispuestas a tomar soluciones, somos los que estamos. Y según fuentes oficiales, estamos -vivos- los siguientes: 800 millones en Europa, 1110 millones en África, 4677 millones de Asia, 1094 millones en América y 40 millones en Oceanía (Anexo 1). Sumemos los que habrá en islas perdidas, en aldeas inalcanzables de la Amazonía, los que nunca entraron en los registros de natalidad. Unos 8000000000. Ocho mil millones. 8x10^9.

Añadamos los que ya no viven: los que acabaron en el bentos tras desgracias navales, junto a estrellas de mar y criaturas excepcionales; los que cayeron en campos de batalla; los que agotaron sus días rodeados de sus familiares; los que fueron aplastados por mamuts; aquellos y, sobre todo, aquellas cuyas vidas fueron arrebatadas a mano de hombres de pacotilla; todos aquellos que tuvieron la inmensa suerte de pasar por aquí. Todos aquellos que a día de hoy no son más que polvo de polvo de polvo.

Pensemos también en los que vendrán próximamente. Esos hijos de vecino que nos harán sentir mayores, esos jóvenes cada vez mejor preparados; esos bebés adorables que alegran casas enteras y levantan miradas de desesperación de autobuses y vagones de metro: los futuros solterones, catedráticos, cómicos, violadores, atletas, oficinistas... Potenciales espermatozoides y óvulos que algún día tendrán la inmensa suerte de unirse y llegar a nuestro mundo, en su mayoría, fruto de polvos, polvos y polvos.

Así, tras estos imaginarios e interminables cálculos, y tras el visionado de muchos aviones, por momentos me agobia y entristece imaginar cuantísimos sucesos y opciones de vida no estoy experimentando por ser Salvador González Parra, nacido en 1998 en La Puebla del Río. Reflexiono acerca de todos los objetivos, sueños, deseos y temores que definieron sus -a mi inconsciente parecer- interesantísimas vidas. Nunca seré Sam Carmichael, Harry Bright o Bill Anderson en Mamma Mia!, jamás le pediré a la chica que me gusta que vaya al baile de fin de curso conmigo, tampoco seré un marinero cobarde arrancado de su familia para luchar por España y sus colonias, ni mucho menos moriré en aquel barco.  Al final todo se resume en la verdad casi universal de ''queremos lo que no tenemos'' y en la frase mil veces escuchada de ''pero el suyo está más guapo, mamá''.

Pero por suerte, la vida -la nuestra y ninguna más- a veces nos hace tumbar toda esa tendencia y mandar al carajo todo el resumen cuando, tras una noche cualquiera, una carcajada inmensa de mi amigo Yeray por un comentario guarrete que digo me hace sentir el mejor cómico del momento ¿Acaso no soy yo, al menos durante esos segundos, la persona con la que algún humano en cualquier otro lugar del mundo sueña con ser? Si converso sobre la muerte con mi amigo Arquímedes tumbados en una roca junto al cementerio de Junciana en una madrugada sin luna de agosto, escuchando sus opiniones cabiladas, potenciadas por el papelillo y el mechero, deslumbrantes, sobrecogedoras, ¿no pagarían las personas de vida insípida por estar ahí? Si llevo viendo años a mi madre intentar sacar una plaza en una oposición que se resiste, ¿no es ese mejor ejemplo de constancia y valentía que cualquier película de Hollywood?

Que les jodan entonces a los ingenieros romanos, a los nativos americanos; a Steve, Amy y su primer beso en la fiesta en la piscina de la casa de John en Columbus, Ohio; a los supervivientes de Chernobyl; a los que incendiaron Troya, a los oros olímpicos y a Javier Cansado. (Anexo 2)

Hoy, a sabiendas de los venideros domingos interminables y los atascos a las 8 de la mañana de los lunes, yo quiero ser yo.

Y que no pasen muchos aviones por encima de mí.



Anexo 1: he redondeado las cifras de la población de los continentes a los millones. Es decir, con varias pulsaciones de teclado estoy restando o sumando, indiferentemente, 500 000 personas del registro. Como si borrara o añadiera del recuento de la vida a todas las personas de la ciudad de Sevilla por la gracia de mi corazón (el dedo, claro)

Anexo 2: qué curioso que casi todas las referencias que en este artículo he hecho a vivencias externas hayan sido relacionadas con el mundo occidental. 









1 comentario:

  1. Tal vez igual de sobrecogedor resulta pensar no sólo en la escala temporal, sino también geográficamente, cuántas personas creerán a la vez estar viviendo uno de los mejores momentos de sus vidas.

    ResponderEliminar

Gabriel García Márquez- 100 años de soledad

  Esto lo escribí en octubre de 2021 ’El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señarlas...